Exactamente hoy han pasado
dos semanas desde mi cumpleaños. En años anteriores esta fecha ha transcurrido
como un día normal, sin festejos y sin emociones; eso sí, los mensajes de los
que realmente recuerdan esta fecha, o de los que como yo son desmemoriados y
caen en cuenta gracias a las redes sociales, no han de faltar. Sin embargo,
este año todo ha sido diferente. Todo comenzó con una invitación formal a comer
comida mexicana por parte de una amiga. Sabía que comería hasta dañar mi colon
y el orden de la dieta pero ¿para qué voy al gimnasio si no es a quemar calorías
para poder comer lo que quiera? Pero hasta ese punto lo que yo no sabía era que
Carolina, una semana atrás, venía organizando una fiesta sorpresa, todo estaba milimétricamente
calculado. Con lo que no contaba ella era con mi impuntualidad esa noche. Llegué
una hora tarde y por ese PEQUEÑO motivo no fuimos a comer, cambio de planes y
yo debía asumir con entereza y fortaleza mi falta.
En medio de la resignación
y con el cargo en mi consciencia por haber dañado la comida, Natalia, otra
amiga, llamó a Carolina y le preguntó que si íbamos a hacer algo, a lo que Carolina,
con sus frecuentes explosiones de efusividad y alegría, la invitó a salir con
nosotros, a conversar y a comer otra cosa que no fuera comida mexicana, pues
tocaba ir desde Bello a Los Colores a recoger a Natalia. Con el estómago vacío y el malgenio
comenzando a aflojar en mi rostro, llegamos a la casa de Natalia. Nos
reportamos en portería pero no estaba, <<
¿Cómo no vas a estar si hasta hace unos veinte minutos llamaste y dijiste que acá
nos esperabas? >>, pensé. Con mi típica paciencia oculté mi enojo. Pero no
lo supe disimular muy bien porque Caro, en ese momento, sacó de su bolso una
bolsita de regalo. Cuando lo abrí resultó ser un reloj y todo rastro de ira se
desvaneció hasta convertirse en felicidad absoluta. Es gracioso, porque ella me
dijo que optó por darme el regalo en ese momento y pintar mi rostro de felicidad
que verme más enojado al saber que Natalia tardaría en llegar.
El caso es que pasaron
unos diez minutos hasta que llegó, en su carro y a toda prisa, la incumplida
(soy hasta conchudo). Lo más extraño de todo fue ver la velocidad que llevaba y
ni siquiera tomarse la educación de parar y saludar. La llamé y la respuesta
que me dio, algo lógica en ese momento, fue que iba de urgencia para el baño y
que además debía autorizar el ingreso para Caro y para mí. Comprendí. Sí,
comprendí que algo no encajaba con tantos afanes en medio de la noche pero lo
que menos quería era entrar en preguntas de mi parte y evasivas por parte de
Carolina, así que una vez autorizado nuestro ingreso, fuimos hacia el
apartamento.
Nos bajamos de la moto, con
mucha hambre y un malgenio amarrado firmemente en la muñeca de mi mano
izquierda. Tocamos la puerta, abrieron, entramos, una sala atiborrada de personas,
serpentinas volando, pitos, confusión, huevos con aleluyas en mi cabeza, un
huevazo mal dado en mi cabeza, más confusión, gritos, un feliz cumpleaños al unísono
y en ese momento caí en cuenta de absolutamente todo. Comencé a sudar de la
alegría, de la sorpresa de lo impredecible en ese momento, abracé a Natalia,
luego a Verónica y a Daniela, mis brazos saltaron después hacia Camilo, para
pasar por último a Duban, a Cristian y a Santiago. Quería llorar, no pude.
Tocaron la puerta, pensaba que todo no podía ser más perfecto en ese momento
pero, sí, lo fue. Ver entrar a mi cuñada, a mi primo y a una de las personas
que amo con toda mi alma, fue el indicio de que sería una noche inolvidable. Ver
a mi hermano cruzar esa puerta para compartir conmigo y mis amigos en la fiesta
sorpresa organizada por Carolina y por Natalia fue una de las mayores emociones
en un cumpleaños que recuerdo jamás haber vivido.
Debo decir que incluso mis
padres sabían de la fiesta. La idea de mi hermano para la decoración con bombas
de mi equipo favorito, la torta de chocolate hecha por Dani, la logística
excelsa por parte de Caro y Naty y su comunicación con el resto del equipo cómplice
para la sorpresa; todos esos detalles, por más pequeños e insignificantes que
puedan ser para algunos, fueron motivo suficiente para sacar el niño que llevo
dentro, para hacerme más feliz de lo que soy. Es que ni siquiera mi impuntualidad
fue motivo para dañar la fiesta, porque Carolina manejó muy bien la situación,
y a mí también. Gracias infinitas a todos los que hicieron parte de esta
bonita, maravillosa y bien organizada sorpresa. A los que no pudieron ir y se
manifestaron, a los que fueron, a los que tomaron, bailaron y cantaron después conmigo,
quiero decirles que los quiero mucho, que llenaron de inmensa felicidad y
jovialidad a este “papá” de veintiséis años.
30/04/2018